miércoles, 21 de febrero de 2007

Palurdo viejo y peludo, nomás.

Cuando estaba ligado a la familia política de mi no familia política, tenía que asumir algunos compromisos sociales, generalmente, asado mediante. No soy de confraternizar demasiado, pero si hay comida "hay que cumplir con esa gente".
Aparte, esto me daba el estímulo adicional de ver en acción a un tío político de mi no cuñado, un hombre de unos setenta años casi, pero vigoroso y fuerte.
Es tan famoso en estas tertulias por su proverbial apetito, que cual si fuera un fenómeno de circo estamos todos pendientes de cómo y cuánto come. Yo no soy menos, pero lo veo a él y me siento menos palurdo (y como sin complejos).
Según mis observaciones (y cálculos sesudos), un día el tipo se lastró unos cuatro kilogramos de carne, achuras y pollo asado, en dos horas. La porción de vacío tenia, fácil, un kilogramo.
Luego hizo una pausa de media hora, y atacó (nunca mejor empleada la palabra) los postres. Lo ví comerse media torta del tamaño de una Exquisita grande como quien se come un alfajor. Con una jarro enlozado de litro, de café negro.
Una hora más tarde (serían ya las 17), procedió a liquidar una cremona (pan casero cordobés, de unos 700 grs., mas o menos) sopándolo, como buen palurdo, en el mismo jarro pero lleno de mate cocido.
Estaban al caer las 18, cuando lo vi llenar la jarra con coca, agarrar el último pedazo de pan, y mojarlo.
Una hija, algo avergonzada, le dijo en el no tuteo paterno que se da en el interior:
- ¡Papá! ¡Le lavo el jarro! ¿no ve que tenía mate?
- (Saboreándose y hablando con la boca llena) Mmmmm! Deje, m'ija. Igual, en la panza, ¡todo se mezcla!

¡Ah! Lo olvidaba: es jubilado. Fue Jefe de Cátedra de Matemáticas Especiales en las Ingenierías de una Universidad del Interior del país.

martes, 20 de febrero de 2007

Tomatero

Un amigo me contó (estas cosas siempre te las cuenta un amigo) que en pleno sexo rabioso con una modosita compañera de trabajo, notó que la mujer se desbordaba de un inédito apetito sexual y que sus fluídos eran una cálida sensación que le bañaba la entrepierna.
Se sentía macho, bien hombre.
El salame recién se había dado cuenta que algunas mujeres, cuando están con el período menstrual, garchan como fieras en celo.
Claro, eso que parece flujo, es otra cosa. Pero él se hizo adicto.